FREUD

FREUD

viernes, 17 de diciembre de 2010

Lewin y su teoria de campo

Lewin introduce el concepto de espacio vital para definir la totalidad de los hechos que determinan la conducta de un individuo dado, en un momento determinado.
No se trata del espacio geográfico sino del espacio que contiene todo lo que le afecta al sujeto, esté o no en su espacio físico. Es decir que se trata del ambiente de la persona tal como lo percibe subjetivamente, su campo.
Por la forma en que se comporta una persona podemos saber qué es lo que hay presente en su espacio vital, o sea cómo afecta su conducta el ambiente.
En el espacio vital tienen importancia las metas que busca una persona, lo que trata de evitar y las barreras que lo separan de esos objetivos.
A los propósitos que desea alcanzar el individuo, Lewin le otorga una valencia positiva y a todo lo que quiere evitar una valencia negativa, representados en el diagrama del espacio vital con los signos + o – respectivamente. Las barreras se destacan con líneas más gruesas.
Estos diagramas topológicos pueden utilizarse para representar todos los elementos significativos de cualquier situación vital.
Agregó vectores cuya longitud indica la intensidad de cada tendencia u obstáculo.
Lewin afirma que la psicología topológica o teoría del campo, determina cuales son las conductas posibles y cuáles las imposibles de cada sujeto.
El conocimiento del espacio vital que describe Lewin, nos permite predecir razonablemente qué hará el individuo.
También investigó las formas en que los hechos exteriores pueden producir cambios en el espacio vital y mostró mucho interés por describir cómo podría cambiar las actitudes de la gente de la mejor manera posible. Su teoría es muy importante en el campo de la Psicología Social y para el análisis de los fenómenos de conflicto.
Lewin rechaza los intentos de explicar la conducta presente por las circunstancias pasadas. Para él la conducta en el momento actual depende del espacio vital en el momento actual.
Sus obras principales fueron “Una teoría dinámica sobre la personalidad”; “Principios de la Psicología Topológica” y “Teoría del Campo en Ciencias Sociales”.
Esta teoría fue inspirada por la teoría de la relatividad y la teoría cuántica en pleno auge en esa época; y puede aplicarse en el campo de la publicidad con el propósito de cambiar hábitos de consumo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Teoría del New Look



Es una teoría sobre la percepción elaborada a mediados del siglo XX en los EEUU por Jerome Bruner y Leo Postman y que, completa la concepción de la Teoría de la Gestalt. La teoría acentúa la importancia de la experiencia del sujeto que percibe. Además, coloca en su justo lugar lo subjetivo y lo objetivo de la percepción frente a la psicología tradicional que concebía un sujeto como pasivo al que ingresaba el objeto, imponiéndole sus cualidades y rechazando también el posterior psicologismo que anulaba la realidad del objeto dando relevancia a la interpretación que del objeto daba el sujeto. 
La teoría del New Look desvirtúa ambas posturas extremas. Dicha Teoría investigó y esclareció el hecho perceptivo desde una doble vertiente: la de la subjetividad y la de la realidad objetiva. 
El sujeto no es pasivo para la percepción, selecciona los estímulos del medio, se anticipa con su experiencia a lo que va a percibir pero, en presencia del estímulo, de la realidad objetiva queda limitada la subjetividad. 
Nuestro cerebro está continuamente alimentado por información simultánea de los recetores externos e internos pero, en el nivel consciente sólo una parte es registrada. El resto de la información es recibida a nivel preconsciente e inconsciente. La selectividad de la percepción deviene tanto de las condiciones del objeto como de los factores culturales, ideológicos, de personalidad, de relación o circunstancia. Estos últimos actúan permitiendo o censurando datos de acuerdo con el valor cultural, ideológico, de personalidad. 
La percepción consciente tiende a ser predominantemente regida por procesos lógicos: discrimina, evalúa, rechaza, acepta, etc. La percepción inconsciente tiende predominantemente a regirse por procesos analógicos, atemporales, fantasiosos. 

lunes, 13 de diciembre de 2010

SERIES COMPLEMENTARIAS


 La series Complementarias:
Un esquema fundamental para la comprensión del determinismo en la psicología es que el esquema de las series complementarias.
A través de el esquema Freud explica el ¿porque? De la conducta humana en sus determinantes conciente e inconciente. Se pregunta ¿porque una persona es como es? ¿Porque tiene la personalidad que tiene?
Esta personalidad, singular y única para cada individuo generadora de determinado tipo de conductas sanas y/o perturbas. Es el resultado de tres grupos de causas, las tres series complementarias son.
1) Factores Genéticos               Factores Congénitos                 Constitución (lo innato)
2) Constitución                      Experiencia Infantiles                 Disposición (psíquico)
3) Disposición                     Factor externo desencadenante      Personalidad

La primera serie complementaria:
Es la constitución se trata de la característica que están presentes en el momento del nacimiento, son; factores innatos, lo dado o natural.
Natura son los factores innatos y natura, a los adquiridos en la interrelación con el medio.
Los factores a esta serie han sido siempre considerados irreversibles.
Como dijimos la primera serie esta integrada por los factores genéticos y congeniaos.
Genéticos: Esta siempre dado en el momento de la concepción de un nuevo ser. Como ya señalamos la irreversibilidad de los factores hereditarios. El ambiente no va a modificar lo dado por la herencia la herencia en cambio condicionara la conducta social ejemplo color de piel influirá en la conducta humana.
Factores congénitos
Son aquellos determinantes que actúan durante la vida fetal y el momento del nacimiento.
Son factores congénitos una enfermedad materna, estas condiciones provocan quizás, anomalías en el niño.
El medio social actuara aquí, solo indirectamente, a travez de la madre .Por ejemplo el tabaquismo materno. El medio social puede actuar en algunos casos directamente sobre el feto ejemplo recambio de sangre fetal u operaciones fetales.
Segunda serie complementaria
Las experiencias infantiles
A través de las experiencias que se viven en los primeros años de la vida, se desarrolla lo que esta dado en el momento del nacimiento. Es decir, la constitución.
Lo constitucional integrado a la experiencia infantil dará como resultado la disposición o segunda serie complementaria.
Freud considera que lo que se vive en los primeros 5 años de vida, privilegia, en su teoría sobre la infancia, el desarrollo de la pasicosexualidad que incluye las etapas de la evolución de la libido: etapa oral, etapa anal. Etapa falico uretal y falico genital en la que se sepulta el complejo de Edipo.
La infancia es pues, un periodo fundante del psiquismo, determinado el destino de salud o enfermedad mental.
El psicoanálisis puso en un lugar destacado al niño, dejo de ser considerado un objeto o hombre en miniatura para constituirse en un ser sensible.
Es por esto que la receptividad que el medio familiar, particularmente la madre, haga de las necesidades del niño será fundamental en el desarrollo.
La disposición:
Como ya lo señaláramos, la constitución integrada con la experiencia infantil da como resultado la disposición o terreno psíquico.
El pasiconalisis considera que a los cinco años el niño ya contra con una estructura psíquica.
La Tercera serie complementaria.
La disposición integrada al factor actual externo desencadenante dará como resultado la conducta, que podrá ser equilibrada, neurótica o psíquica,
El factor actual externo desencadenante.
En realidad el factor actual externo desencadénate, pone en marcha los mecanismos dispocionales para generar la repuesta del individuo.
Este factor es actual porque se da en el presente generando una respuesta del individuo, es externo porque se trata de un estimulo que aporta el medio y no el individuo y es desencadente porque actúa como disparador de la conducta.
Ejemplos de factores actuales son: casarse, tener hijos. Divorciarse, operarse, recibirse, realizar un viaje, perder a un ser querido. Etc. Como no se categorizan como crisis solo a los factores negativos.
La disposición previa del individuo de pone en juego por la presencia de un estimulo presente y exterior, y produce una conducta que, de acuerdo a todos estos factores estudiados, podrá resultar sana o enferma.

TERCERA CONFERENCIA



señoras y señores: No siempre es fácil decir la verdad, en particular cuando uno se
ve obligado a ser breve; así, hoy me veo precisado a corregir una inexactitud que
formulé en mi anterior conferencia. Les dije que si renunciando a la hipnosis yo
esforzaba a mis enfermos a comunicarme lo que se les ocurriera sobre el problema
que acabábamos de tratar -puesto que ellos de hecho sabían lo supuestamente
olvidado y la ocurrencia emergente contendría sin duda lo que se buscaba-, en
efecto hacía la experiencia de que la ocurrencia inmediata de mis pacientes
aportaba lo pertinente y probaba ser la continuación olvidada del recuerdo. Pues
bien; esto no es universalmente cierto. Sólo en aras de la brevedad lo presenté tan
simple. En realidad, sólo las primeras veces sucedía que lo olvidado pertinente s
obtuviera tras un simple esforzar de mi parte. Si uno seguía aplicando el
procedimiento, en todos los casos acudían ocurrencias que no podían ser las
pertinentes porque no venían a propósito y los propios enfermos las desestimaban
por incorrectas. Aquí el esforzar ya no servía de ayuda, y cabía lamentarle de haber
resignado la hipnosis.
En ese estadio de desconcierto, me aferré a un prejuicio cuya legitimidad científica
fue demostrada años después en Zurich por C. G. Jung y sus discípulos. Debo
aseverar que a menudo es muy provechoso tener prejuicios. Sustentaba yo una
elevada opinión sobre el determinismo {Determinierung} de los procesos anímicos
y no podía creer que una ocurrencia del enfermo, producida por él en un estado de
tensa atención, fuera enteramente arbitraria y careciera de nexos con la
representación olvidada que buscábamos; en cuanto al hecho de que no fuera
idéntica a esta última, se explicaba de manera satisfactoria a partir de la situación
psicológica presupuesta. En los enfermos bajo tratamiento ejercían su acción eficaz
dos fuerzas encontradas: por una parte, su afán conciente de traer a la conciencia
lo olvidado presente en su inconciente, y, por la otra, la consabida resistencia que
se revolvía contra ese devenir-conciente de lo reprimido o de sus retoños. Si la
resistencia era igual a cero o muy pequeña, lo olvidado devenía conciente sin
desfiguración; cabía entonces suponer que la desfiguración de lo buscado resultaría
tanto mayor cuanto más grande fuera la resistencia a su devenir-conciente. Por
ende, la ocurrencia del enfermo, que acudía en vez de lo buscado, había nacido ella
misma como un síntoma; era una nueva, artificiosa y efímera formación sustitutiva
de lo reprimido, y tanto más desemejante a esto cuanto mayor desfiguración
hubiera experimentado bajo el influjo de la resistencia. Empero, dada su naturaleza
de síntoma, por fuerza mostraría cierta semejanza con lo buscado y, si la
resistencia no era demasiado intensa, debía ser posible colegir, desde la ocurrencia,
lo buscado escondido. La ocurrencia tenía que comportarse respecto del elemento
reprimido como una alusión, como una figuración de él en discurso indirecto.
En el campo de la vida anímica normal conocemos casos en que situaciones
análogas a la supuesta por nosotros brindan también parecidos resultados. Uno de
ellos es el del chiste. Así, por los problemas de la técnica psicoanalítica me he visto
precisado a ocuparme de la técnica de la formación de chistes. Les elucidaré un
solo ejemplo de esta índole; se trata, por lo demás, de un chiste en lengua inglesa.
He aquí la anécdota: Dos hombres de negocios poco escrupulosos habían
conseguido granjearse una enorme fortuna mediante una serie de empresas harto
osadas, y tras ello se empeñaron en ingresar en la buena sociedad. Entre otros
medios, les pareció adecuado hacerse retratar por el pintor más famoso y más caro
de la ciudad, cada uno de cuyos cuadros se consideraba un acontecimiento.
Quisieron mostrarlos por primera vez durante una gran soirée, y los dueños de casa
en persona condujeron al crítico y especialista en arte más influyente hasta la pared
del salón donde ambos retratos habían sido colgados uno junto al otro; esperaban
así arrancarle un juicio admirativo. El crítico los contempló largamente, y al fin
sacudió la cabeza como si echara de menos algo; se limitó a preguntar, señalando
el espacio libre que quedaba entre ambos cuadros: «And where is the Saviour?» («
¿Y dónde está el Salvador? »}. Veo que todos ustedes ríen con este buen chiste;
ahora tratemos de entenderlo. Comprendemos que el especialista en arte quiere
decir: «Son ustedes un par de pillos, como aquellos entre los cuales se crucificó al
Salvador». Pero no se los dice; en lugar de ello., manifiesta algo que a primera
vista parece raramente inapropiado y que no viniera al caso, pero de inmediato lo
discernimos como una alusión al insulto por él intentado y como su cabal sustituto.
No podemos esperar que en el chiste reencontraremos todas las circunstancias que
conjeturamos para la génesis de la ocurrencia en nuestros pacientes, pero
insistamos en la identidad de motivación entre chiste y ocurrencia. ¿Por qué
nuestro crítico no dice a los dos pillos directamente lo que le gustaría? Porque junto
a sus ganas de espetárselo sin disfraz actúan en él eficaces motivos contrarios. No
deja de tener sus peligros ultrajar a personas de quienes uno es huésped y tienen a
su disposición los vigorosos puños de gran número de servidores. Uno puede sufrir
fácilmente el destino que en la conferencia anterior aduje como analogía para el
«esfuerzo de desalojo» {represión}. Por esta razón el crítico no expresa de manera
directa el insulto intentado, sino que lo hace en una forma desfigurada como
«alusión con omisión». (ver nota) Y bien; opinamos que es esta misma constelación
la culpable de que nuestro paciente, en vez de lo olvidado que se busca, produzca
una ocurrencia sustitutiva más o menos desfigurada.
Señoras y señores: Es de todo punto adecuado llamar «Complejo», siguiendo a la
escuela de Zurich (Bleuler, Jung y otros), a un grupo de elementos de
representación investidos de afecto. Vemos, pues, que si para buscar un complejo
reprimido partimos en cierto enfermo de lo último que aún recuerda, tenemos todas
las perspectivas de colegirlo siempre que él ponga a nuestra disposición un número
suficiente de sus ocurrencias libres. Dejamos entonces al enfermo decir lo que
quiere, y nos atenemos a la premisa de que no puede ocurrírsele otra cosa que lo
que de manera indirecta dependa del complejo buscado. Si este camino para
descubrir lo reprimido les parece demasiado fatigoso, puedo al menos asegurarles
que es el único transitable.
Al aplicar esta técnica todavía vendrá a perturbarnos el hecho de que el enfermo a
menudo se interrumpe, se atasca y asevera que no sabe decir nada, no se le ocurre
absolutamente nada. Si así fuera y él estuviese en lo cierto, otra vez nuestro
procedimiento resultaría insuficiente. Pero una observación más fina muestra que
esa denegación de las ocurrencias en verdad no sobreviene nunca. Su apariencia se
produce sólo porque el enfermo, bajo el influjo de las resistencias, que se disfrazan
en la forma de diversos juicios críticos acerca del valor de la ocurrencia, se reserva
o hace a un lado la ocurrencia percibida. El modo de protegerse de ello es prever
esa conducta y pedirle que no haga caso de esa crítica. Bajo total renuncia a
semejante selección crítica, debe decir todo lo que se le pase por la cabeza, aunque
lo considere incorrecto, que no viene al caso o disparatado, y con mayor razón
todavía si le resulta desagradable ocupar su pensamiento en esa ocurrencia. Por
medio de su obediencia a ese precepto nos aseguramos el material que habrá de
ponernos sobre la pista de los complejos reprimidos.
Este material de ocurrencias que el enfermo arroja de sí con menosprecio cuando
en lugar de encontrarse influido por el médico lo está por la resistencia constituye
para el psicoanalista, por así decir, el mineral en bruto del que extraerá el valioso
metal con el auxilio de sencillas artes interpretativas. Si ustedes quieren procurarse
una noticia rápida y provisional de los complejos reprimidos de cierto enfermo, sin
internarse todavía en su ordenamiento y enlace, pueden examinarlo mediante el
experimento de la asociación, tal como lo han desarrollado Jung y sus discípulos.
Este procedimiento presta al psicoanalista tantos servicios como al químico el
análisis cualitativo; es omisible en la terapia de enfermos neuróticos, pero
indispensable para la mostración objetiva de los complejos y en la indagación de las
psicosis, que la escuela de Zurich ha abordado con éxito.
La elaboración de las ocurrencias que se ofrecen al paciente cuando se somete a la
regla psicoanalítica fundamental no es el único de nuestros recursos técnicos para
descubrir lo inconciente. Para el mismo fin sirven otros dos procedimientos: la
interpretación de sus sueños y la apreciación de sus acciones fallidas y casuales.
Les confieso mis estimados oyentes, que consideré mucho tiempo si antes que
darles este sucinto panorama de todo el campo del psicoanálisis no era preferible
ofrecerles la exposición detallada de la interpretación de los sueños. Un motivo
puramente subjetivo y en apariencia secundario me disuadió de esto último. Me
pareció casi escandaloso presentarme en este país, consagrado a metas prácticas,
como un «intérprete de sueños» antes que ustedes conocieran el valor que puede
reclamar para sí este anticuado y escarnecido arte. La interpretación de los sueños
es en realidad la vía regia para el conocimiento de lo inconciente, el fundamento
más seguro del psicoanálisis y el ámbito en el cual todo trabajador debe obtener su
convencimiento y su formación. Cuando me preguntan cómo puede uno hacerse
psicoanalista, respondo: por el estudio de sus propios sueños. Con certero tacto
todos los oponentes del psicoanálisis han esquivado hastá ahora examinar La
interpretación de los sueños o han pretendido pasarla por alto con las más insulsas
objeciones. Si, por lo contrario, son ustedes capaces de aceptar las soluciones de
los problemas de la vida onírica, las novedades que el psicoanálisis propone a su
pensamiento ya no les depararán dificultad alguna.
No olviden que nuestras producciones oníricas nocturnas, por una parte, muestran
la máxima semejanza externa y parentesco interno con las creaciones de la
enfermedad mental y, por la otra, son conciliables con la salud plena de la vida
despierta. No es ninguna paradoja aseverar que quien se maraville ante esos
espejismos sensoriales, ideas delirantes y alteraciones del carácter «normales», en
lugar de entenderlos, no tiene perspectiva alguna de aprehender mejor que el lego
las formaciones anormales de unos estados anímicos patológicos. Entre tales legos
pueden ustedes contar hoy, con plena seguridad, a casi todos los psiquiatras.
Síganme ahora en una rápida excursión por el campo de los problemas del sueño.
Despiertos, solemos tratar tan despreciativamente a los sueños como el paciente a
las ocurrencias que el psicoanalista le demanda. Y también los arrojamos de
nosotros, pues por regla general los olvidamos de manera rápida y completa.
Nuestro menosprecio se funda en el carácter ajeno aun de aquellos sueños que no
son confusos ni disparatados, y en el evidente absurdo y sinsentido de otros
sueños; nuestro rechazo invoca las aspiraciones desinhibidamente vergonzosas e
inmorales que campean en muchos sueños. Es notorio que la Antigüedad no
compartía este menosprecio por los sueños. Y aun en la época actual, los estratos
inferiores de nuestro pueblo no se dejan conmover en su estima por ellos; como los
antiguos, esperan de ellos la revelación del futuro.
Confieso que no tengo necesidad alguna de unas hipótesis místicas para llenar las
lagunas de nuestro conocimiento presente, y por eso nunca pude hallar nada que
corroborase una supuesta naturaleza profética de los sueños. Son cosas de muy
otra índole, aunque harto maravillosas también ellas, las que pueden decirse acerca
de los sueños.
En primer lugar, no todos los sueños son para el soñante ajenos, incomprensibles y
confusos. Si ustedes se avienen a someter a examen los sueños de niños de corta
edad, desde un año y medio en adelante, los hallarán por entero simples y de fácil
esclarecimiento. El niño pequeño sueña siempre con el cumplimiento de deseos que
el día anterior le despertó y no le satisfizo. No hace falta ningún arte interpretativo
para hallar esta solución simple, sino solamente averiguar las vivencias que el niño
tuvo la víspera (el día del sueño). Sin duda, obtendríamos la solución más
satisfactoria del enigma del sueño si también los sueños de los adultos no fueran
otra cosa que los de los niños, unos cumplimientos de mociones de deseo nacidas el
día del sueño. Y así es efectivamente; las dificultades que estorban esta solución
pueden eliminarse paso a paso por medio de un análisis más penetrante de los
sueños.
Entre ellas sobresale la primera y más importante objeción, a saber, que los sueños
de adultos suelen poseer un contenido incomprensible, que en modo alguno
permite discernir nada de un cumplimiento de deseo. Pero la respuesta es: Estos
sueños han experimentado una desfiguración; el proceso psíquico que está en su
base habría debido hallar originariamente una muy diversa expresión en palabras.
Beben ustedes diferenciar el contenido manifiesto del sueño, tal como lo recuerdan
de manera nebulosa por la mañana y trabajosamente visten con unas palabras al
parecer arbitrarias, de los pensamientos oníricos latentes cuya presencia en lo
inconciente han de suponer. Esta desfiguración onírica es el mismo proceso del que
han tomado conocimiento al indagar la formación de síntomas histéricos; señala el
hecho de que idéntico juego contrario de las fuerzas anímicas participa en la
formación del sueño y en la del síntoma. El contenido manifiesto del sueño es el
sustituto desfigurado de los pensamientos oníricos inconcientes, y esta
desfiguración es la obra de unas fuerzas defensoras del yo, unas resistencias que
en la vida de vigilia prohiben {verwehren} a los deseos reprimidos de lo inconciente
todo acceso a la conciencia, y que aún en su rebajamiento durante el estado del
dormir conservan al menos la fuerza suficiente para obligarlos a adoptar un disfraz
encubridor. Luego el soñante no discierne el sentido de sus sueños más que el
histérico la referencia y el significado de sus síntomas.
Que existen pensamientos oníricos latentes., y que entre ellos y el contenido
manifiesto del sueño hay en efecto la relación que acabamos de describir, he ahí
algo de lo que ustedes pueden convencerse mediante el análisis de los sueños, cuya
técnica coincide con la psicoanalítica. Han de prescindir de la trama aparente de los
elementos dentro del sueño manifiesto, y ponerse a recoger las ocurrencias que
para cada elemento onírico singular se obtienen en la asociación libre siguiendo la
regla del trabajo psicoanalítico. A partir de este material colegirán los pensamientos
oníricos latentes de un modo idéntico al que les permitió colegir, desde las
ocurrencias del enfermo sobre sus síntomas y recuerdos, sus complejos escondidos.
Y en los pensamientos oníricos latentes así hallados se percatarán ustedes, sin más,
de cuán justificado es reconducir los sueños de adultos a los de niños. Lo que ahora
sustituye al contenido manifiesto del sueño como su sentido genuino es algo que
siempre se comprende con claridad, se anuda a las impresiones vitales de la
víspera, y prueba ser cumplimiento de unos deseos insatisfechos. Entonces, no
podrán describir el sueño manifiesto, del que tienen noticia por el recuerdo del
adulto, como no sea diciendo que es un cumplimiento disfrazado de unos deseos
reprimidos.
Y ahora, mediante una suerte de trabajo sintético, pueden obtener también una
intelección del proceso que ha producido la desfiguración de los pensamientos
oníricos inconcientes en el contenido manifiesto del sueño. Llamamos «trabajo del
sueño» a este proceso. Merece nuestro pleno interés teórico porque en él podemos
estudiar, como en ninguna otra parte, qué insospechados procesos psíquicos son
posibles en lo inconciente, o, expresado con mayor exactitud, entre dos sistemas
psíquicos separados como el conciente y el inconciente. Entre estos procesos
psíquicos recién discernidos se han destacado la condensación y el desplazamiento.
El trabajo del sueño es un caso especial de las recíprocas injerencias de diferentes
agrupamientos anímicos, vale decir el resultado de la escisión anímica, y en todos
sus rasgos esenciales parece idéntico a aquel trabajo de desfiguración que muda los
complejos reprimidos en síntomas a raíz de un esfuerzo de desalojo {represión}
fracasado.
Además, en el análisis de los sueños descubrirán con asombro, y de la manera más
convincente para ustedes mismos, el papel insospechadamente grande que en el
desarrollo del ser humano desempeñan impresiones y vivencias de la temprana
infancia. En la vida onírica el niño por así decir prosigue su existencia en el hombre,
conservando todas sus peculiaridades y mociones de deseo, aun aquellas que han
devenido inutilizables en la vida posterior. Así se les hacen a ustedes patentes, con
un poder irrefutable, todos los desarrollos, represiones, sublimaciones y
formaciones reactivas por los cuales desde el niño, de tan diversa disposición, surge
el llamado hombre normal, el portador y en parte la víctima de la cultura
trabajosamente conquistada.
También quiero señalarles que en el análisis de los sueños hemos hallado que lo
inconciente se sirve, en particular para la figuración de complejos sexuales, de un
cierto simbolismo que en parte varía con los individuos pero en parte es de una
fijeza típica, y parece coincidir con el simbolismo que conjeturamos tras nuestros
mitos y cuentos tradicionales. No sería imposible que estas creaciones de los
pueblos recibieran su esclarecimiento desde el sueño.
Por último, debo advertirles que no se dejen inducir a error por la objeción de que
la emergencia de sueños de angustia contradiría nuestra concepción del sueño
como cumplimiento de deseo. Prescindiendo de que también estos sueños de
angustia requieren interpretación antes que se pueda formular un juicio sobre ellos,
es preciso decir, con validez universal, que la angustia no va unida al contenido del
sueño de una manera tan sencilla como se suele imaginar cuando se carece de
otras noticias sobre las condiciones de la angustia neurótica. La angustia es una de
las reacciones desautorizadoras del yo frente a deseos reprimidos que han
alcanzado intensidad, y por eso también en el sueño es muy explicable cuando la
formación de este se ha puesto demasiado al servicio del cumplimiento de esos
deseos reprimidos.
Ven ustedes que la exploración de los sueños tendría su justificación en sí misma
por las noticias que brinda acerca de cosas que de otro modo sería difícil averiguar.
Pero nosotros llegamos a ella en conexión con el tratamiento psicoanalítico de los
neuróticos. Tras lo dicho hasta aquí, pueden ustedes comprender fácilmente cómo
la interpretación de los sueños, cuando no es demasiado estorbada por las
resistencias del enfermo, lleva al conocimiento de sus deseos ocultos y reprimidos,
así como de los complejos que estos alimentan; puedo pasar entonces al tercer
grupo de fenómenos anímicos, cuyo estudio se ha convertido en un medio técnico
para el psicoanálisis.
Me refiero a las pequeñas operaciones fallidas de los hombres tanto normales como
neuróticos, a las que no se suele atribuir ningún valor: el olvido de cosas que
podrían saber y que otras veces en efecto saben (p. ej., el hecho de que a uno no le
acuda temporariamente un nombre propio); los deslices cometidos al hablar, que
tan a menudo nos sobrevienen; los análogos deslices en la escritura y la lectura; el
trastrocar las cosas confundido en ciertos manejos y el perder o romper objetos,
etc., hechos notables para los que no se suele buscar un determinismo psíquico y
que se dejan pasar sin reparos como unos sucesos contingentes, fruto de la
distracción, la falta de atención y parecidas condiciones. A esto se suman las
acciones y gestos que los hombres ejecutan sin advertirlo para nada y -con mayor
razón- sin atribuirles peso anímico: el jugar o juguetear con objetos, tararear
melodías, maniobrar con el propio cuerpo o sus ropas, y otras de este tenor. Estas
pequeñas cosas, las operaciones fallidas así como las acciones sintomáticas y
casuales, no son tan insignificantes como en una suerte de tácito acuerdo se está
dispuesto a creer. Poseen pleno sentido desde la situación en que acontecen; en la
mayoría de los casos se las puede interpretar con facilidad y certeza, y se advierte
que también ellas expresan impulsos y propósitos que deben ser relegados,
escondidos a la conciencia propia, o que directamente provienen de las mismas
mociones de deseo y complejos reprimidos de que ya tenemos noticia como los
creadores de los síntomas y de las imágenes oníricas. Merecen entonces ser
consideradas síntomas, y tomar nota de ellas, lo mismo que de los sueños, puede
llevar a descubrir lo escondido en la vida anímica. Por su intermedio el hombre deja
traslucir de ordinario sus más íntimos secretos. Si sobrevienen con particular
facilidad y frecuencia, aun en personas sanas que globalmente han logrado bien la
represión de sus mociones inconcientes, lo deben a su insignificancia y nimiedad.
Pero tienen derecho a reclamar un elevado valor teórico, pues nos prueban la
existencia de la represión y la formación sustitutiva aun bajo las condiciones de la
salud.
Ya echan de ver ustedes que el psicoanalista se distingue por una creencia
particularmente rigurosa en el determinismo de la vida anímica. Para él no hay en
las exteriorizaciones psíquicas nada insignificante, nada caprichoso ni contingente;
espera hallar una motivación suficiente aun donde no se suele plantear tal
exigencia. Y todavía más: está preparado para descubrir una motivación múltiple
del mismo efecto anímico, mientras que nuestra necesidad de encontrar las causas,
que se supone innata, se declara satisfecha con una única causa psíquica.
Recapitulen ahora los medios que poseemos para descubrir lo escondido, olvidado,
reprimido en la vida anímica: el estudio de las convocadas ocurrencias del paciente
en la asociación libre, de sus sueños y de sus acciones fallidas y sintomáticas;
agreguen todavía la valoración de otros fenómenos que se ofrecen en el curso del
tratamiento psicoanalítico, sobre los cuales haré luego algunas puntualizaciones
bajo el título de la «trasferencia», y llegarán conmigo a la conclusión de que
nuestra técnica es ya lo bastante eficaz para poder resolver su tarea, para aportar a
la conciencia el material psíquico patógeno y así eliminar el padecimiento provocado
por la formación de síntomas sustitutivos. Y además, el hecho de que en tanto nos
empeñamos en la terapia enriquezcamos y ahondemos nuestro conocimiento sobre
la vida anímica de los hombres normales y enfermos no puede estimarse de otro
modo que como un particular atractivo y excelencia de este trabajo.
No sé si han recibido ustedes la impresión de que la técnica por cuyo arsenal acabo
de guiarlos es particularmente difícil. Opino que es por entero apropiada para el
asunto que está destinada a dominar. Pero hay algo seguro: ella no es evidente de
suyo, se la debe aprender como a la histológica o quirúrgica. Acaso les asombre
enterarse
de que en Europa hemos recibido, sobre el psicoanálisis, una multitud de juicios de
personas que nada saben de esta técnica ni la aplican, y luego nos piden, como en
burla, que les probemos la corrección de nuestros resultados. Sin duda que entre
esos contradictores hay también personas que en otros campos no son ajenas a la
mentalidad científica, y por ejemplo no desestimarían un resultado de la indagación
microscópica por el hecho de que no se lo pueda corroborar a simple vista en el
preparado anatómico, ni antes de formarse sobre el asunto un juicio propio con la
ayuda del microscopio. Pero en materia de psicoanálisis las condiciones son en
verdad menos favorables para el reconocimiento. El psicoanálisis quiere llevar al
reconocimiento conciente lo reprimido en la vida anímica, y todos los que formulan
juicios sobre él son a su vez hombres que poseen tales represiones, y acaso sólo a
duras penas las mantienen en pie. No puede menos, pues, que provocarles la
misma resistencia que despierta en el enfermo, y a esta le resulta fácil disfrazarse
de desautorización intelectual y aducir argumentos semejantes a los que nosotros
proscribimos {abwehren} en nuestros enfermos con la regla psicoanalítica
fundamental. Así como en nuestros enfermos, también en nuestros oponentes
podemos comprobar a menudo un muy notable rebajamiento de su facultad de
juzgar, por obra de influjos afectivos. La presunción de la conciencia, que por
ejemplo desestima al sueño con tanto menosprecio, se cuenta entre los dispositivos
protectores provistos universalmente a todos nosotros para impedir la irrupción de
los complejos inconcientes, y por eso es tan difícil convencer a los seres humanos
de la realidad de lo inconciente y darles a conocer algo nuevo que contradice su
noticia conciente.

SEGUNDA CONFERENCIA

Señoras y señores: Más o menos por la misma época en que Breuer ejercía con su
paciente la «talking cure», el maestro Charcot había iniciado en París aquellas
indagaciones sobre las histéricas de la Salpétriere que darían por resultado una
comprensión novedosa de la enfermedad. Era imposible que esas conclusiones ya
se conocieran por entonces en Viena. Pero cuando una década más tarde Breuer y
yo publicamos la comunicación preliminar sobre el mecanismo psíquico de los
fenómenos histéricos [1893a], que tomaba como punto de partida el tratamiento
catártico de la primera paciente de Breuer, nos encontrábamos enteramente bajo el
sortilegio de las investigaciones de Charcot. Equiparamos las vivencias patógenas
de nuestros enfermos, en calidad de traumas psíquicos, a aquellos traumas
corporales cuyo influjo sobre parálisis histéricas Charcot había establecido; y la
tesis de Breuer sobre los estados hipnoides no es en verdad sino un reflejo del
hecho de que Charcot hubiera reproducido artificialmente en la hipnosis aquellas
parálisis traumáticas.
El gran observador francés, de quien fui discípulo entre 1885 y 1886, no se
inclinaba a las concepciones psicológicas; sólo su discípulo Pierre Janet intentó
penetrar con mayor profundidad en los particulares procesos psíquicos de la
histeria, y nosotros seguimos su ejemplo cuando situamos la escisión anímica y la
fragmentación de la personalidad en el centro de nuestra concepción. Hallan
ustedes en Janet una teoría de la histeria que toma en cuenta las doctrinas
prevalecientes en Francia acerca del papel de la herencia y de la degeneración.
Según él, la histeria es una forma de la alteración degenerativa del sistema
nervioso que se da a conocer mediante una endeblez innata de la síntesis psíquica.
Sostiene que los enfermos de histeria son desde el comienzo incapaces de
cohesionar en una unidad la diversidad de los procesos anímicos, y por eso se
inclinan a la disociación anímica. Si me permiten ustedes un símil trivial, pero
nítido, la histérica de Janet recuerda a una débil señora que ha salido de compras y
vuelve a casa cargada con una montaña de cajas y paquetes. Sus dos brazos y los
diez dedos de las manos no le bastan para dominar todo el cúmulo y entonces se le
cae primero un paquete. Se agacha para recogerlo, y ahora es otro el que se le
escapa, etc. No armoniza bien con esa supuesta endeblez anímica de las histéricas
el hecho de que entre ellas puede observarse, ¡unto a los fenómenos de un
rendimiento disminuido, también ejemplos de un incremento parcial de su
productividad, como a modo de un resarcimiento. En la época en que la paciente de
Breuer había olvidado su lengua materna y todas las otras salvo el inglés, su
dominio de esta última llegó a tanto que era capaz, si se le presentaba un libro
escrito en alemán, de producir de primer intentó una traducción intachable y fluida
al inglés leyendo en voz alta.
Cuando luego me apliqué a continuar por mi cuenta las indagaciones iniciadas por
Breuer, pronto llegué a otro punto de vista acerca de la génesis de la disociación
histérica (escisión de conciencia). Semejante divergencia, decisiva para todo lo que
había de seguir, era forzoso que se produjese, pues yo no partía, como Janet, de
experimentos de laboratorio, sino de empeños terapéuticos.
Sobre todo me animaba la necesidad práctica. El tratamiento catártico, como lo
había ejercitado Breuer, implicaba poner al enfermo en estado de hipnosis
profunda, pues sólo en el estado hipnótico hallaba este la noticia ¿le aquellos nexos
patógenos, noticia que le faltaba en su estado normal. Ahora bien, la hipnosis
pronto empezó a desagradarme, como un recurso tornadizo y por así decir místico;
y cuando hice la experiencia de que a pesar de todos mis empeños sólo conseguía
poner en el estado hipnótico a una fracción de mis enfermos, me resolví a resignar
la hipnosis e independizar de ella al tratamiento catártico. Puesto que no podía
alterar a voluntad el estado psíquico de la mayoría de mis pacientes, me orienté a
trabajar con su estado normal. Es cierto que al comienzo esto parecía una empresa
sin sentido ni perspectivas. Se planteaba la tarea de averiguar del enfermo algo que
uno no sabía y que ni él mismo sabía; ¿cómo podía esperarse averiguarlo no
obstante? Entonces acudió en mi auxilio el recuerdo de un experimento muy
asombroso e instructivo que yo había presenciado junto a Bernheim en Nancy [en
1889]. Bernheim nos demostró por entonces que las personas a quienes él había
puesto en sonambulismo hipnótico, haciéndoles vivenciar en ese estado toda clase
de cosas, sólo en apariencia habían perdido el recuerdo de lo que vivenciaron
sonámbulas y era posible despertarles tales recuerdos aun en el estado normal.
Cuando les inquiría por sus vivencias sonámbulas, al comienzo aseveraban por
cierto no saber nada; pero si él no desistía, si las esforzaba, si les aseguraba que
empero lo sabían, en todos los casos volvían a acudirles esos recuerdos olvidados.
Fue lo que hice también yo con mis pacientes. Cuando había llegado con ellos a un
punto en que aseveraban no saber nada más, les aseguraba que empero lo sabían,
que sólo debían decirlo, y me atrevía a sostenerles que el recuerdo justo sería el
que les acudiese en el momento en que yo les pusiese mi mano sobre su frente. De
esa manera conseguía, sin emplear la hipnosis, averiguar. de los enfermos todo lo
requerido para restablecer el nexo entre las escenas patógenas olvidadas y los
síntomas que estas habían dejado como secuela. Pero era un procedimiento
trabajoso, agotador a la larga, que no podía ser el apropiado para una técnica
definitiva.
Mas no lo abandoné sin extraer de las percepciones que él procuraba las
conclusiones decisivas. Así, pues, yo había corroborado que los recuerdos olvidados

no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a aflorar
en asociación con lo todavía sabido por él, pero alguna fuerza les impedía devenir
concientes y los constreñía a permanecer inconcientes. Era posible suponer con
certeza la existencia de esa fuerza, pues uno registraba un esfuerzo {Anstrengung}
correspondiente a ella cuando se empeñaba, oponiéndosele, en introducir los
recuerdos inconcientes en la conciencia del enfermo. Uno sentía como resistencia
del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico.
Ahora bien, sobre esa idea de la resistencia he fundado mi concepción de los
procesos psíquicos de la histeria. Cancelar esas resistencias se había demostrado
necesario para el restablecimiento; y ahora, a partir del mecanismo de la curación,
uno podía formarse representaciones muy precisas acerca de lo acontecido al
contraerse la enfermedad. Las mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se
oponían al empeño de hacer conciente lo olvidado tenían que ser las que en su
momento produjeron ese olvido y esforzaron {drängen} afuera de la conciencia las
vivencias patógenas en cuestión. Llamé represión {esfuerzo de desalojo} a este
proceso por mí supuesto, y lo consideré probado por la indiscutible existencia de la
resistencia.
Desde luego, cabía preguntarse cuáles eran esas fuerzas y cuáles las condiciones
de la represión en la que ahora discerníamos el mecanismo patógeno de la histeria.
Una indagación comparativa de las situaciones patógenas de que se había tenido
noticia mediante el tratamiento catártico permitía ofrecer una respuesta. En todas
esas vivencias -había estado en juego el afloramiento de una moción de deseo que
se encontraba en aguda oposición a los demás deseos del individuo, probando ser
inconciliable con las exigencias éticas y estéticas de la personalidad. Había
sobrevenido un breve conflicto, y el final de esta lucha interna fue que la
representación que aparecía ante la conciencia como la portadora de aquel deseo
inconciliable sucumbió a la represión {esfuerzo de desalojo} y fue olvidada. y
esforzada afuera de la conciencia junto con los recuerdos relativos a ella. Entonces,
la inconciliabilidad de esa representación con el yo del enfermo era el motivo
{Motiv, «la fuerza impulsora»} de la represión; y las fuerzas represoras eran los
reclamos éticos, y otros, del individuo. La aceptación de la moción de deseo
inconciliable, o la persistencia del conflicto, habrían provocado un alto grado de
no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a aflorar
en asociación con lo todavía sabido por él, pero alguna fuerza les impedía devenir
concientes y los constreñía a permanecer inconcientes. Era posible suponer con
certeza la existencia de esa fuerza, pues uno registraba un esfuerzo {Anstrengung}
correspondiente a ella cuando se empeñaba, oponiéndosele, en introducir los
recuerdos inconcientes en la conciencia del enfermo. Uno sentía como resistencia
del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico.
Les referiré, entre muchos, uno solo de mis casos, en el que se disciernen con
bastante nitidez tanto las condiciones como la utilidad de la represión. Por cierto
que para mis fines me veré obligado a abreviar este historial clínico, dejando de
lado importantes premisas de él. Una joven que poco tiempo antes había perdido a
su amado padre, de cuyo cuidado fue partícipe -situación análoga a la de la
paciente de Breuer-, sintió, al casarse su hermana mayor, una particular simpatía
hacia su cuñado, que fácilmente pudo enmascararse como una ternura natural
entre parientes. Esta hermana pronto cayó enferma y murió cuando la paciente se
encontraba ausente junto con su madre. Las ausentes fueron llamadas con urgencia
sin que se les proporcionase noticia cierta del doloroso suceso, Cuando la muchacha
hubo llegado ante el lecho de su hermana muerta, por un breve instante afloró en
ella una idea que podía expresarse aproximadamente en estas palabras: «Ahora él
está libre y puede casarse conmigo». Estamos autorizados a dar por cierto que esa
idea, delatora de su intenso amor por el cuñado, y no conciente para ella misma,
fue entregada de inmediato a la represión por la revuelta de sus sentimientos. La
muchacha contrajo graves síntomas histéricos y cuando yo la tomé bajo
tratamiento resultó que había olvidado por completo la escena junto al lecho de su
hermana, así como la moción odiosa y egoísta que emergiera en ella. La recordó en
el tratamiento, reprodujo el factor patógeno en medio de los indicios de la más
violenta emoción, y sanó así.
Acaso me sea lícito ilustrarles el proceso de la represión y su necesario nexo con la
resistencia mediante un grosero símil que tomaré, justamente, de la situación en
que ahora nos encontramos. Supongan que aquí, dentro de esta sala y entre este
auditorio cuya calma y atención ejemplares yo no sabría alabar bastante, se
encontrara empero un individuo revoltoso que me distrajera de mi tarea con sus
impertinentes risas, charla, golpeteo con los pies. Y que yo declarara que así no
puedo proseguir la conferencia, tras lo cual se levantaran algunos hombres
vigorosos entre ustedes y tras breve lucha pusieran al barullero en la puerta. Ahora
él está «desalojado» (reprimido} y yo puedo continuar mi exposición. Ahora bien,
para que la perturbación no se repita si el expulsado intenta volver a ingresar en la
sala, los señores que ejecutaron mi voluntad colocan sus sillas contra la puerta y
así se establecen como una «resistencia» tras un esfuerzo de desalojo (represión}
consumado. Si ustedes trasfieren las dos localidades a lo psíquico como lo
«conciente» y lo «inconciente», obtendrán una imagen bastante buena del proceso
de la represión.
Ahora ven ustedes en qué radica la diferencia entre nuestra concepción y la de
Janet. No derivamos la escisión psíquica de una insuficiencia innata que el aparato
anímico tuviera para la síntesis, sino que la explicamos dinámicamente por el
conflicto de fuerzas anímicas en lucha, discernimos en ella el resultado de una
renuencia activa de cada uno de los dos agrupamientos psíquicos respecto del otro,
Ahora bien, nuestra concepción engendra un gran número de nuevas cuestiones. La
situación del conflicto psíquico es sin duda frecuentísima; un afán del yo por
defenderse de recuerdos penosos se observa con total regularidad, y ello sin que el
resultado sea una escisión anímica. Uno no puede rechazar la idea de que hacen
falta todavía otras condiciones para que el conflicto tenga por consecuencia la
disociación. También les concedo que con la hipótesis de la represión no nos
encontramos al final, sino sólo al comienzo, de una teoría psicológica, pero no
tenemos otra alternativa que avanzar paso a paso y confiar a un trabajo progresivo
en anchura y profundidad la obtención de un conocimiento acabado.
Desistan, por otra parte, del intento de situar el caso de la paciente de Breuer bajo
los puntos de vista de la represión. Ese historial clínico no se presta a ello porque
se lo obtuvo con el auxilio del influjo hipnótico. Sólo si ustedes desechan la hipnosis
pueden notar las resistencias y represiones y formarse una representación certera
del proceso patógeno efectivo. La hipnosis encubre a la resistencia; vuelve expedito
un cierto ámbito anímico, pero en cambio acumula la resistencia en las fronteras de
ese ámbito al modo de una muralla que vuelve inaccesible todo lo demás.
Lo más valioso que aprendimos de la observación de Breuer fueron las noticias
acerca de los nexos entre los síntomas y las vivencias patógenas o traumas
psíquicos, y ahora no podemos omitir el apreciar esas intelecciones desde el punto
de vista de la doctrina de la represión. Al comienzo no se ve bien cómo desde la
represión puede llegarse a la formación de síntoma. En lugar de proporcionar una
compleja deducción teórica, retomaré en este punto la imagen que antes usamos
para ilustrar la represión {esfuerzo de desalojo}. Consideren que con el
distanciamiento del miembro perturbador y la colocación de los guardianes ante la
puerta el asunto no necesariamente queda resuelto. Muy bien puede suceder que el
expulsado, ahora enconado y despojado de todo miramiento, siga dándonos qué
hacer. Es verdad que ya no está entre nosotros; nos hemos librado de su presencia,
de su risa irónica, de sus observaciones a media voz, pero en cierto sentido el
esfuerzo de desalojo no ha tenido éxito, pues ahora da ahí afuera un espectáculo
insoportable, y sus gritos y los golpes de puño que aplica contra la puerta estorban
mi conferencia más que antes su impertinente conducta. En tales circunstancias no
podríamos menos que alegrarnos si, por ejemplo, nuestro estimado presidente, el
doctor Stanley Hall, quisiera asumir el papel de mediador y apaciguador. Hablaría
con el miembro revoltoso ahí afuera y acudiría a nosotros con la exhortación de que
lo dejáramos reingresar, ofreciéndose él como garante de su buen comportamiento.
Obedeciendo a la autoridad del doctor Hall, nos decidimos entonces a cancelar de
nuevo el desalojo, y así vuelven a reinar la calma y la paz. En realidad, no es esta
una figuración inadecuada de la tarea que compete al médico en la terapia
psicoanalítica de las neurosis.
Para decirlo ahora más directamente: mediante la indagación de los histéricos y
otros neuróticos llegamos a convencernos de que en ellos ha fracasado la represión
de la idea entramada con el deseo insoportable. Es cierto que la han pulsionado
afuera de la conciencia y del recuerdo, ahorrándose en apariencia una gran suma
de displacer, pero la moción de deseo reprimida perdura en lo inconciente, al
acecho de la oportunidad de ser activada; y luego se las arregla para enviar dentro
de la conciencia una formación sustitutiva, desfigurada y vuelta irreconocible, de lo
reprimido, a la que pronto se anudan las mismas sensaciones de displacer que uno
creyó ahorrarse mediante la represión. Esa formación sustitutiva de la idea
reprimida -el síntoma- es inmune a los ataques del yo defensor, y en vez de un
breve conflicto surge ahora un padecer sin término en el tiempo. En el síntoma
cabe comprobar, junto a los indicios de la desfiguración, un resto de semejanza,
procurada de alguna manera, con la idea originariamente reprimida; los caminos
por los cuales se consumó la formación sustitutiva pueden descubrirse en el curso
del tratamiento psicoanalítico del enfermo, y para su restablecimiento es necesario
que el síntoma sea trasportado de nuevo por esos mismos caminos hasta la idea
reprimida. Si lo reprimido es devuelto a la actividad anímica conciente, lo cual
presupone la superación de considerables resistencias, el conflicto psíquico así
generado y que el enfermo quiso evitar puede hallar, con la guía del médico, un
desenlace mejor que el que le procuró la represión. De tales tramitaciones
adecuadas al fin, que llevan conflicto y neurosis a un feliz término, las hay varias, y
en algunos casos es posible alcanzarlas combinadas entre sí. La personalidad del
enfermo puede ser convencida de que rechazó el deseo patógeno sin razón y
movida a aceptarlo total o parcialmente, o este mismo deseo ser guiado hacia una
meta superior y por eso exenta de objeción (lo que se llama su sublimación), o bien
admitirse que su desestimación es justa, pero sustituirse el mecanismo automático
y por eso deficiente de la represión por un juicio adverso {Verurteilung) con ayuda
de las supremas operaciones espirituales del ser humano; así se logra su gobierno
conciente.
Discúlpenme ustedes si no he logrado exponerles de una manera claramente
aprehensible estos puntos capitales del método de tratamiento ahora llamado
psicoanálisis. Las dificultades no se deben sólo a la novedad del asunto. Sobre la
índole de los deseos inconciliables que a pesar de la represión saben hacerse oír
desde lo inconciente, y sobre las condiciones subjetivas o constitucionales que
deben darse en cierta persona para que se produzca ese fracaso de la represión y
una formación sustitutiva o de síntoma, daremos noticia luego, con algunas
puntualizaciones.